Luna fina de Coroico
hoy te vengo a enamorar
a ver si estoy entre nubes en la selva trópical
a ver si encuentro correo que te quiero saludar
Luna fina de Coroico
hoy me vuelvo por acá
que me encuentro acá en las yungas si me quieres visitar
Y hoy me cuesta organizar lo que me pasa
me parece que esta vez la ruta
me eligio Coroico como casa
Luna fina de Coroico
hoy que extraño vuelvo acá
pienso en la gente que quiero
que me piensa desde allá
Coroico, Bolivia -
lunes, 18 de enero de 2010
viernes, 8 de enero de 2010
UN PO' DE TO'
Pasaron ocho días de este nuevo año y nos encontramos en Copacabana, ciudad orillera del Titicaca. La emoción es fuerte, volver a ver un lago significa mucho, se ve que somos gente de agua y verlo asomarse al costado de la ruta nos provocó una alegría inmensa. Queda algo atrás el terreno árido y marrón y ahora explotan los azules y verdes.
Para llegar a Copa tuvimos que dejar Purmamarca, Tilcara, Humahuca, La Quiaca, Villazón, Uyuni, La Paz. Lugares, todos, donde por una razón u otra nuestras vidas cambiaron un poco.
Purmamarca y la sorpresa al darse cuenta de que la memoria es algo invaluable y que la mente de un chico es capaz de guardar quinientas imagenes; llegar y ver el ya trilladísimo Cerro de los siete colores me devolvió el reflejo de Checha a los 5 años, mirando desorbitada esa paleta gigante y extraterrestre. Purmamarca: el mejor queso de cabra por 5 pesos.
Humahuaca, el pueblo que creció sin que nos diéramos cuenta, el empedrado matador, los albañiles que no paran de construir y la primera correspondencia de Guido para Anita, su hermana. Humahuaca: el mate de palo santo que duró dos días.
Tilcara, la casa, la familia, la sonrisa pegada en la cara todas las mañanas. La noche, la salta negra, los amigos que cargaremos en la mochila de ahora en más, para siempre. Ale y Diana, nuestros anfitriones; Nacho mi nuevo bluesman preferido y amigo; las pibas de Guido (como yo les digo con cariño) Fafa, Mili y Rochi, unas copadas; Juan Pablo, "El guía", la voz más grave y hermosa qye haya escuchado; los uruguayos, los platences, el gato alien, las danesas aliens; y Tato, el rayo, mi sonrisa interna. Tilcara: el amor.
La Quiaca, la transición, el paso. Frontera, y calor, y desorden, y concer al cordobéz, a la catamarqueña y a la rosarina; Argentina unita al borde de Bolivia. La Quiaca: nadie sabe por qué se declara una cámara.
Villazón, el otro lado, el otro caos, el otro desorden, la otra sed. La sed verdadera, flaco, y ni un boliviano en el bolsillo. La espera. La búsqueda complicada de boletos a Uyuni. Villazón: el pollo con arroz, y ensalada, y fideos, y papas fritas.
Uyuni, llegamos vivos, con alegría y con un asombro particular. La ruta de diez horas, de 200 kilómetros con paisajes de otro planeta, con piedras colosales, montañas, valles, ponchos, horizontes demasiado lejanos, baches, TODOS los baches... qué baches si no hay asfalto, diez horas de ripio, con el temblor incorporado al cuerpo, con la tierra, el frío, y la nostalgia más grande que sentí hasta el momento. Salar de la puta madre (no hay otra cosa para decir), pueblo fantasmagórico de noche y el reencuentro con René, los uruguayos, las danesas. Uyuni: el bar al paso donde escuchábamos a toda hora a zeppelin, sumo, los redondos, los doors, peter tosh, manu chao, gilberto gil (gilberto gil!).
La Paz, la ciudad caótica, las bocinas, los choques, los 20 puestos de comida por cuadra. La desesperación y la locura al llegar, el desorden total, masivo; el malhumor establecido. Ciudad, ¿quién quiere una ciudad? Hasta que me amigué, y la descubrí, y la quise. La Paz es linda, te come, pero gusta. Mercados, comida, buses, los colectivos más lindos del mundo (me atrevo a decirlo), la panzada más grande de cables que me di en la vida, no se puede creer la cantidad de ellos que hay colgando por todos lados, impresionante. La plaza, las nenas dándole de comer a la palomas. Los policías armados hasta los dientes pero de lo más amables. Las empanadas de queso, el colombiano de Jaén, los uruguayos otra vez, el milkshake de Dogui, el humo. La Paz: El caos.
Copacabana, acá estoy. Son las diez de la mañana, Guido duerme. Estoy hace rato, internet es fuckin caro. Me voy por unos mates. Copacabana: el reencuentro del Burrito en Bolivia de la mano de un Flor de Caña.
Copacabana, Bolivia.-
Para llegar a Copa tuvimos que dejar Purmamarca, Tilcara, Humahuca, La Quiaca, Villazón, Uyuni, La Paz. Lugares, todos, donde por una razón u otra nuestras vidas cambiaron un poco.
Purmamarca y la sorpresa al darse cuenta de que la memoria es algo invaluable y que la mente de un chico es capaz de guardar quinientas imagenes; llegar y ver el ya trilladísimo Cerro de los siete colores me devolvió el reflejo de Checha a los 5 años, mirando desorbitada esa paleta gigante y extraterrestre. Purmamarca: el mejor queso de cabra por 5 pesos.
Humahuaca, el pueblo que creció sin que nos diéramos cuenta, el empedrado matador, los albañiles que no paran de construir y la primera correspondencia de Guido para Anita, su hermana. Humahuaca: el mate de palo santo que duró dos días.
Tilcara, la casa, la familia, la sonrisa pegada en la cara todas las mañanas. La noche, la salta negra, los amigos que cargaremos en la mochila de ahora en más, para siempre. Ale y Diana, nuestros anfitriones; Nacho mi nuevo bluesman preferido y amigo; las pibas de Guido (como yo les digo con cariño) Fafa, Mili y Rochi, unas copadas; Juan Pablo, "El guía", la voz más grave y hermosa qye haya escuchado; los uruguayos, los platences, el gato alien, las danesas aliens; y Tato, el rayo, mi sonrisa interna. Tilcara: el amor.
La Quiaca, la transición, el paso. Frontera, y calor, y desorden, y concer al cordobéz, a la catamarqueña y a la rosarina; Argentina unita al borde de Bolivia. La Quiaca: nadie sabe por qué se declara una cámara.
Villazón, el otro lado, el otro caos, el otro desorden, la otra sed. La sed verdadera, flaco, y ni un boliviano en el bolsillo. La espera. La búsqueda complicada de boletos a Uyuni. Villazón: el pollo con arroz, y ensalada, y fideos, y papas fritas.
Uyuni, llegamos vivos, con alegría y con un asombro particular. La ruta de diez horas, de 200 kilómetros con paisajes de otro planeta, con piedras colosales, montañas, valles, ponchos, horizontes demasiado lejanos, baches, TODOS los baches... qué baches si no hay asfalto, diez horas de ripio, con el temblor incorporado al cuerpo, con la tierra, el frío, y la nostalgia más grande que sentí hasta el momento. Salar de la puta madre (no hay otra cosa para decir), pueblo fantasmagórico de noche y el reencuentro con René, los uruguayos, las danesas. Uyuni: el bar al paso donde escuchábamos a toda hora a zeppelin, sumo, los redondos, los doors, peter tosh, manu chao, gilberto gil (gilberto gil!).
La Paz, la ciudad caótica, las bocinas, los choques, los 20 puestos de comida por cuadra. La desesperación y la locura al llegar, el desorden total, masivo; el malhumor establecido. Ciudad, ¿quién quiere una ciudad? Hasta que me amigué, y la descubrí, y la quise. La Paz es linda, te come, pero gusta. Mercados, comida, buses, los colectivos más lindos del mundo (me atrevo a decirlo), la panzada más grande de cables que me di en la vida, no se puede creer la cantidad de ellos que hay colgando por todos lados, impresionante. La plaza, las nenas dándole de comer a la palomas. Los policías armados hasta los dientes pero de lo más amables. Las empanadas de queso, el colombiano de Jaén, los uruguayos otra vez, el milkshake de Dogui, el humo. La Paz: El caos.
Copacabana, acá estoy. Son las diez de la mañana, Guido duerme. Estoy hace rato, internet es fuckin caro. Me voy por unos mates. Copacabana: el reencuentro del Burrito en Bolivia de la mano de un Flor de Caña.
Copacabana, Bolivia.-
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