Mil mariposas
de abril en el Chaquiñán
cuidan el camino.
Oh, domingo. Lluvia, siempre más lluvia y más agua sobre el valle.
Ventana gris y café caliente antes de arrancar con el mate fraccionado de los viajes mientras me escribo con los amigos de Argentina. Busco música en la computadora de Mariana. Encuentro una canción de Dylan que no me alcanza pero que sabe acompañar como ninguna una tarde como la de hoy. Veo a Liliana Herrero para mi sorpresa y su disco empieza a sonar veloz, pasa rápido comiéndose el tiempo; la zamba y la voz se desgarran hacia el final como en las despedidas, "Argamonte por el monte, pasa despacio a caballo, los lazos de su memoria, al aire van cuatrereando..."
Y sigo buscando para ver con qué puedo seguir despejando esta tarde dominguera sin siesta y me vuelvo loca de asombro al ver una docena de canciones de una agrupación desconocida de Argentina que conocí una noche fresquita de enero en la quebrada el año pasado. Sucedió en una peña a orillas del Río Grande en Tilcara; lugar donde escuché sus melodías y me enamoré; lugar donde el vino barato tiene otro sabor; lugar donde la naturaleza nos mata de susto sin sospechar y llena un cauce en segundos, arrastrando vida muerta monte abajo.
Me llevé un disco para no olvidar o para ayudar a recordar.
Viajé a un norte más norte, decenas de rutas y caminos me fueron separando cada vez más de aquella noche, de aquella creciente. Un día, hace casi un año llegué a Ecuador y puse toda esa música en la computadora de mi hermana para compartirla, para no guardármela, para enamorar a otra gente.
El año siguió su curso y salí del trópico; volví a caminar por Perú, a andar en bus por Bolivia hasta llegar nuevamente a Tilcara, donde viví unos meses antes de decidir volver a la ciudad.
Al regresar a Buenos Aires, quise escuchar esas canciones viajeras, itinerantes en otra tarde gris y húmeda, pero el disco no había tolerado tantos kilómetros de tierra, una línea lo quebraba por completo. Lo perdí, las perdí para siempre; no tenía manera de recuperarlo ni de conseguir otro que lo reemplazara.
El viernes pasado volví a tierras ecuatorianas, y hoy, este domingo me trae recuerdos, sombras de otro tiempo. Ahora sí, mientras chupo unos mates, escucho "mi mula está cansada, ya no puede caminar, a mí me mueven tus besos que sé me han de esperar", ritmo, cancioncita boliviana con charangos suaves, huayno hermoso, hermano de cordillera en el valle de Cumabayá.